VIOLENTA REPRESIÓN DEL INSURRECTO CORONEL PAGOLA (04/10/1820)

Mientras el gobernador de Buenos Aires, MARTÍN RODRÍGUEZ, atacado por el insurrecto coronel MANUEL VICENTE PAGOLA se mantenía firme en sus posiciones defendidas por efectivos de los «Arribeños» y los «Aguerridos», unidades que se habían mantenido leales a su gobernador, la mañana del 4 de octubre de 1820, fueron atacadas por las tropas que al mando de JUAN MANUEL DE ROSAS habían acudido, a pedido del Gobernador, para sofocar esta insurrección.

Eran los «Colorados del Monte», 1.000 milicianos, perfectamente pertrechados, montados y eficazmente entrenados del ejército particular de ROSAS, los que finalmente hacen inútil toda resistencia por parte de los insurrectos (ver Los Colorados del Monte).

Rosas rápidamente toma posesión de las plazas de Monserrat y de la Concepción y luego de algunos intercambios de oficios por parte de ambos bandos para finalizar la contienda, la Junta de Representantes accede a restablecer en el cargo al gobernador que se pretendía deponer.

Concede la amnistía a los insurrectos y manda las tropas a cuarteles. El día 5 de octubre, notificado el Cabildo y los jefes rebeldes de la decisión, éstos se negaron a prestar obediencia.

Trabada la lucha armada nuevamente, con importantes pérdidas para ambos bandos, se llevó a cabo una sangrienta represión, con tanto empuje, que los insurgentes fueron vencidos y «todos revueltos «, según un testigo, «se mataban unos a otros sin compasión».

Muchos de los facciosos, ocultos detrás de los pilares de la recova nueva, prefirieron morir a rendirse. Cantidad de heridos yacían en las calzadas esperando el turno de las camillas para ser llevados a los hospitales, o de morir allí sin socorro.

En uno de los costados de la Pirámide de Mayo, se veía una dolorosa pila de cadáveres, horrible testimonio de la bárbara matanza producida por la lucha”. Se considera a este suceso como uno de los ejemplos más crueles de que ha sido teatro la ciudad de Buenos Aires.

La lucha se decide finalmente a favor de los defensores del orden y Rosas tomó la Plaza de la Victoria, frente a un pueblo que no supo, si admirar más la valiente y arrojada actitud de los «Colorados del monte» o el ejemplar comportamiento y disciplina demostrados por éstos después de la lucha.

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