VIEJOS ÁRBOLES QUE SOBREVIVEN A LA HISTORIA.

Buenos Aires es una ciudad felizmente poblada con gran cantidad de árboles. Calles, Plazas y rutas lucen garbosas, diversas especies que le otorgan una característica especial a la ciudad.

Un cierto aire romántico y nostálgico, que da placer cuando se la camina y se la recorre, sin la prisa que la vida moderna impone a veces. Se dice que hay aproximadamente unos 500.000 árboles en toda la ciudad (un 15% de ellos están en las plazas, plazoletas y parques),

Casi la mitad son fresnos, y el resto se completa mayormente con paraísos, jacarandáes, arces, palos borrachos, plátanos y tilos. Claros al alba, silenciosos en el sopor de la tarde, inquietos por la brisas del crepúsculo, oscuros en la noche.

Desde el borde una calle o escondidos en algún rincón de una plaza, los centenarios árboles de la ciudad ocultan incontables historias: han sido refugio de amores prohibidos, testigos de dramas sangrientos, inspiradores de pintores, poetas y payadores. También los hay raros, únicos, con aromas y contornos inigualables

Entre esos árboles, hay unos cuantos que guardan entre sus ramas, recuerdos de un Buenos Aires que ya no está. Son añosos ejemplares que desde sus majestuosidades, han contemplado la vida de los argentinos y sus avatares y aquí los recordaremos.

Algunos, como el aguaribay del Instituto Bernasconi, la magnolia del Parque Tres de Febrero, plantada en 1875 por el presidente NICOLÁS AVELLANEDA, el pacará del Parque Chacabuco y todos los ejemplares que están en el Jardín Botánico de Buenos Aires, fueron declarados históricos por la Comisión de Museos y Monumentos de la Secretaría de Cultura de la Nación.

Otros se hicieron famosos por presenciar momentos únicos, como el algarrobo de Plaza Flores -retoño del bicentenario de la chacra de Pueyrredón en San Isidro, bajo cuya sombra se entrevistaron PUEYRREDÓN y SAN MARTÍN para elaborar los planes que llevarían la independencia a Chile- o el pacará de Puán y Baldomero Fernández Moreno, donde Segurola aplicaba la vacuna en 1800.

Una placa a los pies del palo borracho de Cerrito y Tucumán recuerda la inauguración de la avenida 9 de Julio. El ejemplar de 11 toneladas fue llevado para la ocasión desde el hospital Rivadavia. Al verlo en su nuevo lugar, BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO le dedicó un poema:

«Árbol que Samuel Molina y de su tierra natal/ cultivó en un hospital al par que su medicina/ Por orden de una oficina hoy te ves en otra parte/ Ya puedes emborracharte con todos los alcoholes/ que te sobrarán faroles, compadre, para agarrarte”.

Otro palo borracho que llama la atención, está en Florida y Diagonal Norte. Es, de algún modo, el más alto de la ciudad. No porque mida cien metros, sino porque lo plantaron en la terraza de un edificio, el de la Banca Nazionale del Lavoro.

En el banco explican que el árbol tiene un significado muy especial: «Remite a las raíces que echó la comunidad italiana en la Argentina».

Del otro lado de Florida, en la Plaza San Martín, se ve una palmera de varios troncos. Y muy cerca una sequoia, pariente de los legendarios árboles califomianos que se caracterizan por su increíble altura. El argentino no lo es, simplemente porque no tiene los miles de años que acusan los estadounidenses.

Un árbol que inspiró a muchos es el ombú de Vedia al 1900, que está en Saavedra. LEOPOLDO MARECHAL lo nombró hace 50 años en su «Adán Buenosayres».

En la novela decía que era la puerta del infierno: «Sus raíces parecían retorcerse como un nido de vívoras». CORTÁZAR retomó la idea y en una historieta -prohibida por la dictadura- decía que sus raíces escondían la tenebrosa Escuela de Mecánica de la Armada.

Durante la época en que LEOPOLDO LUGONES fue Director de la Biblioteca del Maestro, en sus horas libres se cobijaba bajo la sombra de un pequeño ómbú que estaba frente al Palacio Pizzurno. Allí escribió muchos de sus poemas y, según los vecinos, también recitaba sus versos.

A fines del siglo XIX, GABINO EZEIZA, el famoso payador, elegía el fresco y la sombra del gomero de Almafuerte y Caseros, en Parque de los Patricios, para entonar sus ocurrentes improvisaciones.

En Canalejas al 1700, en Caballito, hay un paraíso al que se abrazó FELIPE VALLESE el 22 de agosto de 1962, día en que lo secuestraron. Dicen que se aferró al tronco con todas sus fuerzas, pero ni así pudo evitar el joven obrero metalúrgico convertirse en el primer desaparecido de la historia argentina. Hoy, esa calle lleva su nombre y cada año se le rinde homenaje a la sombra de aquel paraíso que quiso pero no pudo salvarlo.

En la esquina de Santa Fe y Gurruchaga se luce un tala desde la época en que la zona era un gran polvorín y ni siquiera existía el Botánico. Y en el jardín del Centro Atómico de Avenida de los Constituyentes y General Paz hay un manzano que según se dice, es un retoño del manzano que hizo famoso al científico Isaac Newton (será verdad?).

Y si de antigüedad se trata, en las Barrancas de Belgrano hay un ombú con una placa que dice que es uno de los más antiguos de Buenos Aires. En los jardines del Hospital Francés se ve un ejemplar de cica; a sus pies una leyenda asegura que el árbol tiene 400 años. Y en Scalabrini Ortiz y Cabrera se ve una copa de ficus que parece levitar desde la ventana de una casa.

El gomero de la Recoleta  En la ciudad de Buenos Aires, en una plazoleta ubicada entre la avenida Manuel Quintana y Junín, llama la atención un viejo y gigantesco gomero surcado por un delta de venas que laten bajo la alegría de los días. Fue plantado por el agrónomo MARTÍN JOSÉ DE ALTOLAGUIRRE, cuya quinta se hallaba en ese barrio de la Recoleta, testigo de los largos paseos que por allí realizaba con MANUEL BELGRANO.

Lo dijo Borges: “el gomero, el más grande de los tres que visten de naturaleza a la Recoleta porteña, es la ciudad misma”. Y como la mayoría de los habitantes de ese barrio, llego del sur. Corría el año 1826 y vino  siendo todavía semilla de “ficus macrophylla”, a bordo del buque francés “Henriette”.

Consignado a MARTÍN JOSÉ DE ALTOLAGUIRRE, le fue entregado a los monjes recoletos para que lo pantaran en el Jardín de su Convento, que por entonces ocupaba el predio donde hoy se halla el Cementerio de La Recoleta. En 1834, siendo ya un hermoso señor árbol, fue trasplantado al lugar que hoy oupa, la Plaza Juan XXIII, entre las calles Junín y Presidente Quintana de la ciudad de Buenos Aires, lugar que le fue sin duda muy propicio, porque comenzó a crecer y a crecer hasta adquirir una dimensión descomunal:

Su follaje cubre un cuarto de manzana y debió ser auxiliado mediante soportes que apuntalan sus largas ramas  de 20 metros de largo y 1,5 metros de diámetro, para que no caigan, vencidas por tamaño peso.

En 1994, la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires y el  Kew Garden de Londres tomaron cartas  en el asunto. Tras descubrir que el sus raíces se hundían apenas algo más un metro, se tomaron muestras de tierra y se detectó que el nivel de humedad era insuficiente. Se carpió el suelo y se renovó la tierra, agregando fertilizantes orgánicos  mejorar sus propiedades, Finalmente  se cubrió el cantero con un pedregullo permite la natural filtración del agua.

(1).- El Real Jardín Botánico de Kew (en inglés Royal Botanic Gardens, Kew), llamado comúnmente Jardines de Kew (Kew Gardens), es un extenso y afamado  jardín botánico con invernaderos, de 120 hectáreas de superficie, que se encuentra entre Richmond upon Thames y Kew, en el sudoeste de Londres (Inglaterra).

El Aromo del Perdón. Se encuentra en el Parque Tres de Febrero (Palermo), en la ciudad de Buenos Aires, en el cruce de las Avenidas del Libertador y Sarmiento; donde se alza también el Monumento de los Españoles y  la estatua de DOMINGO F. SARMIENTO.

A unos 40 metros detrás, estaba ubicada la vivienda personal de JUAN MANUEL DE ROSAS (la maestranza y caballerizas se hallaban en la Plaza Seeber, en el lugar donde al día de hoy se encuentra el monumento ecuestre al controvertido “Restaurador de las Leyes”.

El portón de entrada era un arco semejante al de la vieja entrada al Jardín Zoológico de Buenos Aires, frente a la actual Plaza Italia, que daba a una calle de acceso bordeada por inmensas palmeras, sobre la misma y actual Avenida Sarmiento.

El Parque que lo rodeaba, era conocido como “Palermo de San Benito” y tenía lagos con góndolas para navegar por él,  un pequeño muelle y un canal que lo unía al Río de la Plata, inmensos jardines y parques arbolados:  un hermoso paseo diseñado por el mejor profesional europeo que vivía en Buenos Aires en aquellos días, donde se alzaba un frondoso aromo: el famoso “árbol del perdón”.

A su sombra dormía la siesta JUAN MANUEL DE ROSAS y dice la historia, que hasta allí se acercaba su hija MANUELITA, para pedir el “perdón de su tata”, para alguno de los tantos personajes, cuya oposición lo había hecho merecedor a prisión o a un peor destino.

El gomero de la Plaza Lavalle. Un gomero victorioso, que muerta su decisión de seguir brindando su sombra para descanso de los transeúntes que pululan a sus alrededores, apurados siempre por la urgencia que les demanda sus actividades tribunalicias. Dicen que fue plantado a mediados del siglo XIX y su lozanía, nos permite dudar de este dato. Sus raíces sobresalen como un laberinto y se aferran a la tierra y parecen querer trepar al cielo.

El gingko-biloba de la Plazoleta República de Irak. Un árbol asiático que los chinos consideran sagrado y que nunca dejaron que se exportara a Occidente. Y cómo es que está en aquí?. Se dice que una vez, un francés pagó cuarenta escudos para adquirir ilegalmente unas semillas (otros dicen que las robó), y de repente las calles de París se llenaron con retoños de este bello  y florido árbol, que a partir de entonces se conoce como “el árbol de los 40 escudos”.

De Francia a Buenos Aires el recorrido fue más fácil para este árbol, único en el mundo en su especie y sin parientes vivos. Uno de los mejores ejemplos de fósil viviente, que está allí, donde está, en los bosques de Palermo, sin que nadie sepa desde cuándo ni quien lo plantó.

Pero hay otro gingko en el Jardín Botánico en Palermo, y de éste, se dice que es un retoño de un ejemplar que tiene 2.500 años. Se lo puede reconocer porque es altísimo y sus hojas amarillas tienen la forma de un pequeño abanico. Muy cerca se ve un palo borracho- con un tronco muy raro que necesitaría un «lifting». Es que el ejemplar, plantado a principios de siglo por el paisajista CARLOS THAYS, fue “operado” en 1920 y todavía se le nota la herida.

La araucaria de la Plaza Colombia. A los 24 años, Felicitas Guerrero había llorado un hijo y enterrado un alor. De una inmensa fortuna y una belleza inigualable, no pasó mucho tiempo para que los hombres comenzaran  a revolotear a su alrededor.

Ella se enamoró de uno de ellos, Samuel Sáenz Valiente, pero hubo otro, Enrique Ocampo, tío de las escritoras y poetisas Victoria y Silvina, que no lo soportó. Así, una calurosa noche de enero de 1872, el hombre se aparece por el caserón de Barracas y la bella Felicitas accede a hablar con él.

Durante la charla, no sacó sus ojos de la imponente araucaria que su familia había plantado en el jardín que hoy ocupa la plaza Colombia. «!! Basta ya ! !Retírese y no vuelva nunca más!!, le ordenó la joven.

Entonces se escucharon dos disparos, un grito desesperado y dos disparos más. Cuando los vecinos y la policía entraron a la casa, nadie sabía muy bien qué era lo que había pasado. Las crónicas de la época hablaron de asesinato y suicidio. Las dudas nunca se aclararon, porque hasta el expediente policial desapareció. Y sólo una añosa araucaria supo la verdad.

Pero no sólo en Buenos Aires, lucen sus añosas frondas, viejo árboles que han resistido airosamente el paso de los años. He aquí alguno de ellos, ubicados en diversos lugares del país y que seguramente por su longevidad, han sido testigos de hechos que han hecho la historia grande (o la menuda) de nuestra Patria.

El Pino de San Lorenzo. Es uno de los emblemas de la localidad de San Lorenzo, provincia de Santa Fe. Bajo su sombra descansó JOSÉ DE SAN MARTÍN el 3 de febrero de 1813, después de la batalla librada contra las tropas realistas,  que realizaban uno de los  desembarcos que acostumbraban efectuar para saquear las poblaciones ribereñas y desde ahí mismo, dictó el parte de guerra a Buenos Aires, “bañado en su propia sangre y cubierto con el polvo y el sudor de la victoria”, según dice BARTOLOMÉ MITRE.

Está ubicado sobre la avenida San Martín, la principal arteria de la ciudad, a la altura del 1.300, frente al Convento de San Carlos, preciso lugar donde se desarrolló en 1813, el Combate de San Lorenzo, bautismo de fuego del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo. .

Es un ejemplar de “Pinus pinea” o “Pino piñonero”, una conífera originaria del la costa del mar Mediterráneo. Según algunos historiadores, este pino sirvió de marca o mojón para señalar el pago de San Lorenzo, dentro de la estancia de San Miguel, que perteneció a los Jesuitas.

No queda claro su origen: hay quienes aseguran que lo trajeron desde Europa como una plántula, pero también es posible que lo hayan plantado los franciscanos cuando se instalaron en la zona, hacia 1796, en los fondos de la huerta conventual. Sus piñones se utilizaban en confituras de panificación en la cocina.

Fue declarado Monumento Histórico Nacional por ley Nº 12.648 del 2 de octubre de 1940. Y seis años más tarde, el decreto nacional Nº 3.038 lo declaró Árbol Histórico. “Pero la dura batalla con la vida hizo mella en él. Enfermo del cuerpo –no del alma–, debió ser atendido.

Y hacia 1955 el gobierno nacional encomendó al científico japonés MIYAMOTO KATSUSABURO la tarea. Entonces, reverdeció y pareció reanimarse”, cuenta el historiador ROBERTO BIRAGHI sobre los vaivenes de la salud del pino. Durante sus más de 220 años de vida el pino soportó la acción de la naturaleza y también del hombre, todo lo cual fue generando un deterioro en su estado.

Una tormenta de granizo y viento, en octubre de 2012, terminó por vencerlo. Pese a los intentos por preservar el follaje, el pino se secó, no así el significado que encierra para la historia grande de San Lorenzo y la República Argentina

El “Sarandí Histórico”. El “sarandí” es un árbol, cuyo nombre científico es Phyllanthus Sillowianus y que  crece con facilidad en la Mesopotamia.

Un ejemplar de “sarandí” es conocido como el “Sarandí Histórico” porque a su sombra  descansó el general MANUEL BELGRANO, en su paso por Candelaria, cuando al frente del Ejército del Norte, se dirigía a Paraguay para  lograr la incorporación de esos territorios a la causa de Mayo de 1810.

La ciudad de Candelaria, fue fundada por el Padre Misionero Pedro Romero en 1627, y es la más antigua de la provincia de Misiones. En 1722 fue designada “capital de los Treinta Pueblos de las Misiones Jesuíticas”, pueblos y territorio que integraron el Virreynato del Río de la Plata y ocupaban Misiones, Corrientes, la República del Paraguay y el Sur del Brasil (Estados de Paraná, Santa Catalina y Río Grande del Sur).

A la sombra de este árbol y a la de otros ejemplares que hoy ya no están, se agruparon y «vivaquearon» las tropas del general BELGRANO, antes de emprender la campaña al Paraguay, hito fundamental de nuestra historia patria.

En  su generosa sombra, en su frugal descanso, el 30 de diciembre de 1810, BELGRANO encontró tiempo para redactar el “Reglamento Provisional para los Pueblos de las Misiones”, primeros textos cuya esencia estará presente en nuestra Constitución Nacional (ver Reglamento para la Administración de las Misiones).

Hoy, cada 20 de junio, el Ministerio de Educación y Cultura de la provincia de Misiones, en ocasión de la toma del Juramento de Lealtad a la Bandera, organiza el plantado de retoños del “Sarandí Histórico”, con la intención  de obtener nuevos ejemplares que puedan luego ser plantados en plazas públicas y escuelas de la República, como un merecido homenaje  al prócer y su paso por la comarca, donde quedara en el recuerdo de los pobladores, su prédica: “plantar árboles, es como una virtud, que si bien no podrá ser comparada con las virtudes teologales,  es sí, del nivel de las más excelsas virtudes morales”.

La Ley que considera “Árbol Histórico” al ejemplar de sarandí blanco de la ciudad de Candelaria, en la provincia de Misiones, tuvo sanción definitiva el 30 de noviembre de 2000 y se convirtió en Ley Nacional Nº 25.383, el 8 de enero de 2001.

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El periodista  e investigador JORGE LABRAÑA dedicó muchos años de su vida a la búsqueda de datos sobre aquellos árboles que por alguna circunstancia de la vida, fueron testigos de algún hecho histórico, brindaron su sombra a fatigados personajes de nuestro pasado o son merecedores de nuestro recuerdo por algo que los hace «especiales».

Así halló muchas de las historias que aquí comentamos, pero también se ocupó de los que fueron parte de historias más sencillas, pero también interesantes.

En su frondoso archivo se pueden encontrar cientos de ellas y por él sabemos que una tal «negra Paulina» fue la primera mujer que bailó el tango y que lo hizo bajo un ombú que hoy todavía sigue en pie sobre la avenida Brasil, frente al Hospital Garrahan, en la ciudad de Buenos Aires.

Que los eucalyptus globulus que hoy cubren con su  sombra grandes sectores de nuestra tiera, son todos descendientes de unas estacas que trajo DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO en 1858; que el hacendado español FRANCISCO COBO plantó en Guaymallén (provincia de Mendoza)., los primeros álamos que florecieron en el país; que en la estancia El Chajá, en la ciudad de Madariaga (provincia de Buenos Aires), todavía puede verse en todo su esplendor el ombú que JULIO VERNE hizo figurar en su novela «Los hijos del Capitán Grant», como refugio para el protagonista de la novela.

Finalizamos nuestro comentario recordando que según registros realizados por Dirección de Parques y Paseos de la Municipalidad de Buenos Aires, los más antiguos de estos árboles son:

1º) Las  Magnolias del Protomedicato (1800), ubicadas en la Escuela No 22 «Guillermo Rawson“, Humberto 1° 343.. San Telmo;. 2º) Gomero de La Recoleta (1826), ubicado frente al Cementerio de la Recoleta; 3º) El Aguaribay del Perito Moreno (1872), ubicado en la Plaza del Instituto Bernasconi; 4º) La Magnolia de Avellaneda (1875), ubicada en el  Parque Tres de Febrero (imagen de arriba); 5) El Seibo de Plaza Lavalle (1878), ubicado en la Plaza Lavalle.

Y así, seguramente podríamos seguir descubriendo las historias de muchos de estos árboles, que por alguna razón se han identificado con hechos o  personajes entrañablemente unidos a nuestra historia.

Fueron y muchos lo siguen siendo,  mudos testigos de circunstancias  pasadas, cuyos recuerdos guardan bajo sus umbrías copas, entrelazados con sus raíces hasta lo más profundo de nuestra conciencia, sin olvidar por supuesto de aquellos que abundaron en estas tierras, como el lapacho rosado, el helecho arborecente, el pehuén, el cardón y el algarrobo negro, especies que abundaron en nuestro pasado y que hoy se encuentran en peligro de extinción.

Este artículo ha sido redactado con material enviado por varios colaboradores (uno de ellos nos aclara que lo extractó de un viejo artículo publicado en el diario Clarín). Estimamos que aún falta mucho para que su contenido sirva como referencia de un tema que estamos seguros estimula el recuerdo y la nostalgia de los argentinos, por lo que, si usted conoce la historia de algún otro árbol que merezca estar en esta lista, le rogamos nos haga llegar la información respectiva, para incorporarla y mejorar así este contenido

1 Comentario

  1. Maria del Carmen Acuna

    en tucuman existia una magnolia centenaria, frente a un cementerio, quiero saber si todavia existe

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