UNA INVASIÓN PARA HACER NEGOCIOS (26/06/1807)

En 1807, una vez instaladas las tropas invasoras inglesas en Montevideo, comenzaron sus preparativos para dar el asalto final a la presa que los había tentado a realizar esta nueva incursión hacia las tierras de América: Buenos Aires era el destino final de un ambicioso proyecto que soñaban para la colocación de sus mercaderías en un mercado que estimaban “fabuloso”.

Pero simultáneamente con esos preparativos bélicos, no pudiendo olvidar sus genes de mercaderes, instalaron en Montevideo una inmensa feria con artículos de toda clase que vendían  a precios que se consideraban muy baratos, lo que al principio, provocó gran euforia entre la población oriental, súbitamente tentada con toda clase de artículos importados, mientras  los mercaderes ingleses, no dejaban de ponderar los beneficios del «libre comercio», tanto en sus conversaciones como a través de las columnas de «La Estrella del Sur», el periódico que editaban para difundir sus “ideas”, en cuyas páginas subrayaban que la baratura y la calidad de sus productos, significaban  un gran beneficio para el mercado rioplatense,

Pero, llegadas estas noticias a Buenos Aires, una nueva preocupación se sumó a la que provocaba la presencia de las tropas inglesas en la vecina orilla, prestas para dar el asalto final. Alguien comenzó a pensar en ello y pronto la realdad se puso de manifiesto. ¿Quién duda que estos géneros, estas manufacturas, estos artículos para el hogar, estos muebles y objetos de metal que llegan al virreinato, no significan, al mismo tiempo, la ruina de muchos trabajadores de nuestras tierras?.

Se decían quienes veían más allá de esta inesperada avanzada comercial. Desde el momento en que las tejedoras de lana de Alto Perú, de bayetas santiagueñas, de muebleros de Tucumán,  no pueden competir con los productos fabricados en serie que vienen de Inglaterra, habrá centenares de hogares que no podrán vender lo que les permite vivir con decoro, y esos trabajadores, compradores potenciales a su vez, desaparecerán del mercado, al ser lanzados a la miseria.

Hasta la “Gazeta” se hizo eco de esta preocupación diciendo “    en Tucumán se fabrican  muebles, aprovechando las riquezas de sus bosques; en el Alto Perú se producen objetos de metal de uso doméstico y lanas de gran calidad; en Paraguay se realizan artículos de toda clase a los que la habilidad manual de los naturales, confiere gran calidad.

Pero en ninguna de las regiones del virreinato se podrá enfrentar por ahora a la competencia de la producción británica, que tiene mayor experiencia industrial y que aplica las maravillas de la  fuerza del vapor de agua. Ciertamente, pasarán todavía algunos años antes que en estas tierras puedan producirse artículos en serie.

Entre tanto, si nos dejamos fascinar por la calidad y baratura de los que llegan de Europa, estaremos matando nuestro propio futuro como productores de los mismos artículos, para lo cuales se tenía materia prima en abundancia, desde lana y madera, hasta metales de toda clase”.

¡Cuidado con el “libre comercio”, continuaba diciendo. En este campo, la abundancia de hoy, es la miseria de mañana. Los ingleses cuya invasión ha sido derrotada ya una vez, ahora intentan invadirnos por segunda vez, pero ahora han mostrado la verdadera razón de sus intentos: Han traído sus mercaderías, pretendiendo engatusarnos como lo hicieron con los aborígenes de tantas tierras que colonizaron para su provecho” (ver Inglaterra llora la pérdida de un buen mercado).

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