LAS BANDOLAS (1803)

Las «bandolas», antecesoras de los actuales «manteros» y vendedores ambulantes de hoy.

Es de suponer que la voz «bandola», en la acepción que en Buenos Aires se le daba, fue un derivado de banda, de bandolero y tuvo su origen en la inventiva popular.

Desde la esquina de la antigua calle Defensa hacia Bolívar, los arcos de la Recova se extendían hasta la mitad de la cuadra, o sea más o menos hasta una casa que era del señor DÍAZ CAVEDA. Desde allí hasta la esquina de la calle Bolívar había solamente un veredón ya que el resto de la Recova, se construyó recién cuando edificó su casa el señor CRISOL.

En fila y a la orilla de esta ancha vereda, ya desde la época de la Colonia, hasta muchos años después, podían verse lo que se llamaban las «bandolas», especie de comercios y cachivachería volantes, que también solían verse instaladas en la plazoleta que estaba ubicada frente a la Iglesia de San Francisco.

Estos vendedores ambulantes, popularmente conocidos como «bandoleros» y que hoy llamaríamos «manteros», disponían de una caja de madera, generalmente de algo más de 1, 80 metros de largo por unos 85 cm. de ancho, con tapa de bisagra que se apoyaba sobre cuatro patas y que instalaban en esa zona, para vender su mercadería.

Ésta consistía en su mayor parte de peines, alfileres, dedales de mujer y de sastre, rosarios, imágenes religiosas, anillos, pendientes y collares de vidrio o con piedras falsas e infinidad de chucherías, de poquísimo valor y sus principales parroquianos eran los sirvientes, la gente de color y los hombres de campo que bajaban a la ciudad a hacer sus compras.

Se cuenta que esta gente, conocida como «los bandoleros», formaba una logia muy unida y que, visto lo exiguo de su negocio, se valían de ciertas tretas, que ellos reputarían sin duda muy legales, y para cuya ejecución se auxiliaban recíprocamente.

Como entre ellos mismos organizaban una guardia de vigilancia y seguridad para proteger sus pertenencias de los abundantes «rapiñeros» y de las que hoy llamamos «mecheras» o «punguistas», que pululaban por el lugar, supieron transformar en un buen negocio, esto que podría parecer un peligro.

 Lejos de desesperar, lo que hacían era alentar esta práctica, poniendo en marcha un ingenioso recurso: Cuando algún paisano o posible cliente se acercaba a una «bandola», simulando descuido, le daban la oportunidad para que levantase y ocultasen algún objeto simulando no haber visto nada.

Luego, cuando el clientes, se retiraba si haber pagado lo que había hurtado, daban la voz de alarma, concurrían los demás «bandoleros» y se apoderaban del delincuente: lo registraban y en cambio de enviarle preso le hacían pagar 2, 3 y aún 4 veces más de lo que valía el objeto robado. ¿Qué tal?.

Estos llamados «bandoleros», que tenían una marcada propensión por las raterías, que efectuaban con bastante habilidad siempre que se les presentaba ocasión en las casas cercanas al lugar de su instalación, fueron extinguiéndose con el correr de los años.

Al final de la época de Rosas, parece ser que quisieron reflotar su negocio y un diario de la época dice a este respecto: «Juan Pegassano ha solicitado de la Municipalidad el permiso para poder expender frente al muelle del puerto, una bandola ambulante que se levantará al llegar la noche, para vender artículos de juguetería. Si el señor Pegassano, obtiene la licencia, no hay duda que otros le seguirán y no será extraño, pues, que después de más de medio siglo volvamos a tener bandolas en Buenos Aires» (ver Recuerdos, usos y costumbres en el Buenos Aires de antaño).

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *