LA MÚSICA MILITAR EN LA ÉPOCA DE ROSAS (1836)

Tanto para poner en vereda a jóvenes revoltosos, como para conseguir intérpretes para sus famosas Bandas Militares, JUAN MANUEL DE ROSAS, ordenaba frecuentes levas durante sus gobiernos.

Dice a este respecto, el doctor JOSÉ M. RAMOS MEJÍA en su libro «Rosas y su tiempo»: «Para formar el alma de aquel terrible ejército que le era adicto y absolutamente leal, Rosas utilizaba todos los medios que se ponían a su alcance para que así fuera.

Por decreto firmado en marzo de 1836, dispuso que los jóvenes y muchachos que profirieran en las calles o pulperías palabras obscenas o descorteses, serían incorporados por tres años al servicio de las armas y destinados como tambores o trompas de los Cuerpos de Línea y quienes aprovechaban mejor las consecuencias de este decreto, eran las bandas lisas, que con tanto orgullo pertenecían a todos los regimientos.

Treinta y hasta cincuenta robustos y sanos muchachos atronaban el aire tranquilo de la ciudad con el violento y acompasado ritmo de las cajas y el ruido agudo de sus pitos, admirablemente coordinados en el concierto marcial de los frecuentes y pintorescos desfiles.

Esas bandas lisas eran el lujo de los Cuerpos de Línea. Había algunas como la del «Regimiento de Restauradores», que durante mucho tiempo costeó de su propio peculio el coronel FÉLIX DE ÁLZAGA, orgulloso de este conjunto de esbeltos mozos, blancos y negros, que daban brillo y espectacularidad a las paradas, desplazamientos y desfiles que con cualquier excusa, se realizaban para disfrute del pueblo.

«Bien encabezados por el «Tambor Mayor», difundían por toda la ciudad una viva sensación de alegría, cuando pasaban atronando los aires con sus monumentales cajas. A su frente y como imitando al más garboso gallo de riña, presentábase el colosal tambor mayor con su monumental morrión pluvioso, de una crin abundante y renegrida que gravitaba sobre el cráneo de gruesas ataduras musculares».

«Su efigie, de talla excepcional, marchaba muda y solemne esgrimiendo el bastón insignia que, con ser largo, apenas llegaba al manubrio del esternón. Las voces de mando no alteraban su gesto, enérgicamente fijado en la fisonomía por una contracción del labio superior, espeso e invertido como un hocico, porque era negro generalmente» (ver Toques y marchas militares en Argentina).

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