LA LINTERNA MAGICA DE ANTONIO KING (1821)

El aventurero norteamericano ANTONIO KING, utilizando un Kinescopio (al que él llama su Linterna Mágica), realiza en Buenos Aires la primera proyección de imágenes estáticas.

Entre los viajeros que recorrieron nuestro país en el siglo XIX no hay que olvidar al norteamericano ANTONIO KING. Se escapó de su casa, en Nueva York, cuando aún no había cumplido los quince años, se embarcó en un buque corsario y llegó a Buenos Aires sin un céntimo, el 29 de diciembre de 1817.

Aquí recorrió el país de un extremo a otro, a ratos como soldado, a ratos como simple aventurero y después de permanecer cerca de 25 años entre nosotros escribió, en 1846, un libro con los recuerdos de sus andanzas.

Aunque el libro  está lleno de inexactitudes (desfiguraciones producidas por el tiempo y la distancia), vale la  pena seguirlo en sus aventuras  sudamericanas porque su conocimiento de los montoneros, de los caudillos y de los gobernadores de las convulsionadas provincias, otorgan un interés especial a las memorias del norteamericano y nos revelan muchos aspectos interesantes de aquellos tiempos de enconada guerra civil.

Pero no convocamos ahora el recuerdo de KING por su aventuras en esta tierras, sino porque a él, según  deja documentado en ese libro, se le debe el honor de haber sido el primero en brindar una función de “cine” en el Río de la Plata.

Uno de los antecedentes más antiguos de las proyecciones de vistas y casi de la cinematografía en la argentina,  aunque  en honor a la verdad, más que cine, fue  una simple proyección de imágenes fijas sobre una pantalla.

Faltaban todavía muchos años para que el cinematógrafo comenzara a existir y lo que usaba KING era un aparato que se conocía como «Kinescopio» formado por dos lentes que permitían proyectar imágenes sobre una pantalla.

Corría ya el año 1821 y habiendo hecho una fortuna (quizás por un provechoso matrimonio), cuando en sus viajes, llegó a la provincia de Córdoba y conoció a LUCAS CRASSEY, un comerciante inglés que iba en una caravana de carretas rumbo a Chile.

En el camino fueron sorprendidos por un grupo de ladrones que les robó el cargamento y hasta la ropa que llevaban puesta. Pero por suerte el norteamericano consiguió salvar una caja que contenía, según sus dichos, un aparato para proyectar imágenes en colores  y que para él, era su gran tesoro.

Convencido de la utilidad de este aparato, rápidamente KING se asoció con CRASEY y juntos comenzaron a explotar la linterna que a partir de entonces les sirvió como medio de vida.

A fines de ese año (1821), viajaron hacia la ciudad de San Luis y allí alquilaron una habitación en una casa particular, colgaron una sábana para usarla como pantalla y realizaron la primera función.

Mientras el inglés proyectaba sus fantásticas figuras, el norteamericano vigilaba la entrada, por la que cobraba unas monedas (medio chelín por cabeza, lo que les produjo en una tarde, una entrada de tres dólares, cuenta él en su libro), Como se ve, King hacía el cálculo en moneda de su país.

Deben de haber tenido mucho éxito porque a la tarde siguiente, repitieron la función y esta vez, asistió hasta el mismo gobernador de la provincia, el doctor SANTOS ORTIZ.

Entusiasmados por éste resultado, los dos socios continuaron su viaje hacia San Juan, ofreciendo sus funciones durante las numerosas paradas que debieron hacer en su camino, precedida siempre su presencia, por la novedad que traían a esos pueblos que asistían asombrados a esas proyecciones (ver La cinematografía argentina. Sus orígenes).

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