FUSILAMIENTO DE LOS CABECILLAS DEL MOTÍN DE LAS TRENZAS (11/12/1811)

El 11 de diciembre de 1811, fueron fusilados en la Plaza del Fuerte de Buenos Aires, los cabecillas del «motín de las trenzas», protagonizado por efectivos del Regimiento Patricios (ver El motín de las trenzas).

«En esta virtud sean degradados, pasados por las armas y puestos a la expectación pública sin la menor demora y a la presencia de las tropas, los sargentos JUAN ANGEL COLARES, de la  5ª  Compañía del 2º  Batallón; DOMINGO ACOSTA, del 1º Escuadrón de Granaderos;  MANUEL ALONSO, de la 3ª Compañía del  5º Batallón; JOSÉ ENRIQUEZ PINTO, del 2º Escuadrón de Granaderos;  AGUSTÍN QUIÑONES y GREGORIO CEBALLOS, de la Compañía de artilleros de dicho Regimiento; los granaderos de la 2ª y 5ª; AGUSTÍN CASTILLO y JUAN HERRERA; el artillero MARIANO CARMEN, de la citada del número V, y RICARDO NONFRES, del cuerpo de la Unión»

Así rezaba la resolución Tribunal que juzgó a los cabecillas del “motín de las trenzas”, un desgraciado episodio sucedido en Buenos Aires a los pocos días de jurado el Estatuto Provisional de 1811, que tuvo como protagonistas a los efectivos del Cuerpo de Patricios y que se vinculó a la tensa situación política que en esos momentos vivía el gobierno de las Provincias Unidas (ver Motín de las trenzas)

La orden se cumplió el 11 de diciembre de 1811 y diez de los que fueron considerados cabecillas del alzamiento entre sargentos, cabos y soldados fueron condenados a muerte y pasados por las armas. Otros pagaron con prisión de entre 4 y 10 años en Martín García.

El Regimiento cambió de uniforme y de número y algunas compañías fueron disueltas. El Triunvirato acusó a los Diputados del interior que se encontraban en Buenos Aires, de haber promovido el levantamiento y les ordenó que volvieran a sus lugares de origen en un plazo de 24 horas. Los conflictos entre Buenos Aires y las provincias, daban así sus primeros pasos..

La vigilia.
Son las 10 de la noche del 10 de diciembre de 1811. Una decena de hombres, con los rostros crispados, escucha de labios del escribano de gobierno MARIANO GARCÍA DE ECHABURN la lectura de un documento recién firmado. El undécimo, el cabo GREGORIO CEBALLOS había logrado huir. Los condenados habían estado hasta esa noche en celdas separadas, en tan riguroso aislamiento que había sido necesario comprar 10 bacinillas para que uno de los reos hiciera sus necesidades sin cruzarse con los demás..

El gobierno, siguiendo la tradición, ordenó que se les sirviera la última cena según la pidieran ellos. La comida fue encargada en la fonda del francés RAMÓN AIGNASE, que estaba cerca de la Fortaleza y consistió en carne, cuatro gallinas guisadas con garbanzos y arroz, vino generoso, bizcochos y cigarros, una provista a la que se le agregó luego yerba y azúcar para que los reos tomaran mate a la mañana siguiente, antes de la ejecución.

Pero también se hizo otro pedido al café de Marco, ubicado en la esquina del cuartel de Patricios, consistente en seis botellas de licor, seis de vino jerez, bizcochos tostados, cigarros, cuatro arrobas de azúcar, chocolate, café y pan.

Antes de cenar, los condenados se confesaron. Recibida la absolución, aceptaron los sacramentos y se dedicaron a saciar el hambre. Mientras transcurrían las horas que los acercaban a la muerte, el teniente coronel JOSÉ GREGORIO BELGRANO trabajaba afanosamente  en los preparativos del acto final de este drama.

Como no era usual tan elevado número simultáneo de ejecuciones, fue necesario instalar los postes, arreglar los banquillos, reforzar la horca, comprar clavos, diez pañuelos para vendar a los reos, sogas para colgar los cadáveres  y cordeles para atarles las manos a los postes. Todo lo gastado para alimentarlos y para sus “vicios” y lo que fue necesario invertir para instalar las horcas, figuró minuciosamente detallado en la cuenta de gastos que dos días después presentó Belgrano.

A las ocho de la mañana del 11 de diciembre, un apagado redoble de tambores anunció la aparición de los condenados. El pelotón de fusileros cumplió su misión, y acto seguido el verdugo BONIFACIO CALIXTO SILVA colgó los cadáveres en la horca, los que quedaron suspendidos allí durante varias horas. El Hospital de la Hermandad de la Caridad tuvo a su cargo el entierro.

El relato de esta múltiple ejecución de los amotinados del Regimiento Patricios, tuvo oficialmente un epílogo macabro; pues en el informe que se elevó al Cabildo, dando cuenta de estos hechos y adjuntando la cuenta de gastos dice:

“El artillero RICARDO NONFRES —que era inglés—, ocasionó algunos gastos debido a la carencia de familiares que respondieran por él, por lo que quedaron pendientes de pago 12 reales de mortaja, 22 reales  y medio de los acólitos y monaguillos y 4 pesos y 2 reales y medio del entierro solemne”.

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