FRAUDE EN UNA ELECCION (10/04/1898)

Hubo una época de la historia política argentina que el fraude en las elecciones, era una práctica común a todos los partidos y el relato que trascribimos a continuación, expone algunas de las «artimañas» empleadas en aquellas prácticas.

Es en  el libro de memorias del dirigente socialista ENRIQUE DICKMAN “Recuerdos de un militante so­cialista”, donde se exponen diversas argucias utilizadas, para lograr los resultados apetecidos, durante una elección celebrada en Buenos Aires en tiempos de la presidencia del doctor JOSÉ EVARISTO URIBURU, que se realizó el 10 de abril de 1898, para designar nuevos diputados por la Capital Federal:

«A las 7 de la mañana del día de la elección, los socialistas del Pilar, ÁNGEL M. GIMÉNEZ, LAMESA, FRICHERIO, NEGRI, ADOLDO DICKMAN y el que esto escribe,  nos instalamos resueltos a todo en plena calle, frente al atrio de la Iglesia de la Recoleta, con una mesa, una gran bandera roja y un enorme cartel que anunciaba el nombre del Centro Socialista (en esa época las secciones electorales llevaban el nombre de las distintas parroquias de Buenos Aires, en este caso se trataba de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en el barrio de la Recoleta).

Pretendíamos enviar algunos fiscales a las mesas, pero fueron rechazados,  bajo el pretexto de que nadie conocía al Partido Socialista. Este primer revés no nos desalentó, dándonos en cambio más bríos. Después de las 3 empezó la farsa. Para poder votar había que esperar turno en algún grupo re­conocido por el presidente del atrio, que generalmente era caudillo de comité, y que nada tenía que ver con el acto electoral.

A los socialistas no nos permitieron formar grupos ni nos dieron turno. Tuvimos que ubicarnos disimuladamente en los otros grupos. Confieso que ni la ubicación ni la vecindad nos eran agradables ni seguras».

«Después de una larga espera pudimos acercarnos a las urnas. Pero cuán grande fue nuestra sorpresa cuando el presidente de la mesa nos dijo, tranquilo y cínicamente “que  no podíamos- votar porque ya habían votado por nosotros”. Quisimos protestar, pero la policía nos arrojó brutalmente del atrio».

«No nos arredramos tampoco por este grave revés, e instalados en nuestra mesa, en medio del malevaje que nos miraba huraño y de soslayo, ofrecimos boletas socialistas a todo el mundo. Algún lunfardo decía en alta voz a su compinche, señalándonos con el dedo: Mirá, che a éstos. ¡Qué locos lindos! …»

«Algunos escrutadores quisieron evitar toda molestia a los presuntos electores vaciando el padrón desde el primer momento, pero en la tarea de copiar el registro —que la hacia algún escribiente, pues muchos de los escrutadores eran analfabetos— se les iba la mano y en las mesas cuya serie era de 150 a 180 inscritos, aparecían votando 230 ó 280. Pero este pequeño error jamás invalidaba la urna».

«Algunos ciudadanos heroicos consiguieron filtrarse a través de la espesa malla del fraude y depositar unos pocos votos por el Partido Socialista. Pero éstos fueron anulados en el escrutinio por orden del presidente del atrio, quien dijo: “Hay que inutilizar las boletas socialistas. No hay que darles importancia a esos locos”.

«Aquel día fuimos testigos oculares del fraude electoral más repugnante. Un joven negro que había votado ya varias veces fue interpelado, en tono amable, por uno de la mesa»:

—¿Hasta cuándo vas a votar, che?
—Que quiere niño —contestó el negro—, soy como el máuser nuevo, no paro hasta no largar todos los tiros. Y se retiró haciendo unos requiebros milongueros. Otro mulatillo, vestido de frac y sombrero de copa, llegó a votar como ciento ocho veces, interpelado, contestó que lo hacía porque así se lo ordenaba “el dotor”, refiriéndose al señor LURO, que era el gran elector de la parroquia del Pilar (se refería a SANTIAGO LURO, que fue presidente del partido Conservador, diputado nacional y dos veces presidente del Jockey Club).

«Momentos antes de las 4, hora de clausura del comicio llegaron unos ochenta malevos de a dos en fondo, totalmente borrachos,  capitaneados por un caudillejo. para votar en el Pilar después de haber recorrido todas las parroquias y votado en todas ellas. El escrutinio se realizó en un abrir y cerrar de ojos. No hubo fiscales. Nadie impugnó nada. Fue una elección canónica, en los dominios del señor LURO” (ver Primera elección bajo la Ley Sáenz Peña en la Capital Federal).

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