FACUNDO QUIROGA COMIENZA A SER LEYENDA (08/02/1819)

En agosto 1819, Juan Martín de Pueyrredón, creó una medalla para premiar el heroísmo de quienes en San Luis, lograron vencer una conspiración realista contra el gobierno de esa provincia.

Una medalla con historia en nuestra Historia, que premió, entre otros a quien fuera principal figura de esa jornada, un hombre que luego se convertirá en leyenda: el capitán FACUNDO QUIROGA.

Si como cantaba el poeta latino, «también viven las cosas cuyo encanto mortal penetra el alma», la Medalla de San Luis, desde la plata de su factura, nos está recordando un sugestivo episodio de nuestra historia. En el decreto de su adjudicación decía: «Para premiar el mérito que constituyeron el Teniente Gobernador, el ilustre Cabildo y los Oficiales de la milicia de la ciudad de San Luis, en la conspiración intentada por los oficiales prisioneros». Veamos los hechos.

Corría el verano de 1819 en la ciudad de San Luís, por aquellos tiempos apenas una aldea recostada en los faldeos de una hermosa serranía, lo que la convertía en un oasis en medio de enormes travesías casi desérticas.

Esta población había sido elegida por el general SAN MARTÍN como lugar de confinamiento a los jefes y oficiales españoles tomadas prisioneros en Chile, luego de Chacabuco y Maipú.

Se contaban entre ellos al ex presidente de Chile, mariscal MARCÓ DEL PONT, el general GONZÁLEZ DE BERNEDO, el brigadier ORDÓÑEZ, los coroneles PRIMO DE RIVERA, MORLA, MARGADO y otros oficiales de menor graduación. Algunos de estos jefes habían sido camaradas del propio SAN MARTÍN en los ejércitos de la península.

El teniente gobernador de San Luis, coronel VICENTE DUPUEY, los recibió con toda generosidad y las mejores familias de la pequeña ciudad, les brindaron su cordial hospitalidad. En carta que el brigadier Ordoñez le envíó a SAN MARTÍN, le dice: «Debo inmensa atención a mi finísimo jefe don VICENTE DUPUY y no dudo que en la superficie de mi pequeño círculo no puede caber mayor agrado…».

Y en otra que le remite el coronel MORLA, expresa: «Hoy he sido lla­mado por el teniente gobernador VICENTE DUPUY, el que ha tenido la bondad de hospedarme en su casa y socorrerme con más fuertes cadenas que las que me acompañan en mi prisión…».

Como vemos, el trato dado a esos adversarios en desgracia era bien distinto al que recibían los patriotas prisioneros en las casamatas del Callao, en esa misma época. Con la ciudad por cárcel, con los puntanos como amigos, con las autoridades benévolas, fueron llevando esos prisioneros con bastante alivio su carga de infortunio.

Pero llegó el verano de 1819 y en las siestas quietas de la ciudad puntana comenzaron a reunirse los prisioneros, con motivos disimulados, para tramar una conjura que les permita huir, aprovechando la crítica situación por la que atravesaba la causa americana.

En Chile, SAN MARTÍN desesperaba ya por iniciar su soñada expedición al Perú, al no contar con los apoyos del gobierno chileno que le eran imprescindibles, y se aprestaba a repasar con su ejército la cordillera para retornar a la Argentina y aquí las cosas no andaban mejor.

La anarquía, con sus vientos disolventes, comenzaba a socavar la autoridad central, en tanto los gobiernos provinciales debían velar las armas ante las acechanzas de alzados y montoneros, que peleaban por su cuota de poder. Además, el chileno Carrera, que operaba en territorio argentino, y Alvear, que desconocía la autoridad de Pueyrredón, completaban el cuadro de calamidades que, por cierto, fue observado y tenido en cuenta por los españoles presos en San Luis.

Por aquellos días llegó en calidad de arrestado por haber incurrido en una falta disciplinaria, el auditor general del Ejército de los Andes, el brillante y tumultuoso Monteagudo y su presencia fue un acontecimiento en la aldea, pues al tiempo que despertaba la atención de los puntanos y del teniente gobernador, se ganaba el mayor recelo por parte de los españoles, que veían en él, un escollo imprevisto para sus planes.

Lo cierto es que a poco de llegar Monteagudo a San Luis, el teniente gobernador dispuso un mayor control para los militares realistas y ciertas restricciones que hasta entonces no habían sufrido y este hecho y comunicaciones se­cretas recibidas de otros cómplices, precipitaron el drama. Obedeciendo al plan previsto, en la mañana del 8 de febrero de 1819, con un pretexto pueril, los complotados se reunieron en la casa donde se alojaba uno de ellos. Desde allí habrían de partir momentos después, separados en grupos, para tomar los diversos objetivos: Uno, a la casa del gobernador Dupuy, a darle muerte. Otro al cuartel y cárcel, y los últimos a matar a Monteagudo.

Según el plan, cumplidos estos objetivos, todos los grupos debían reunirse para emprender la huída, con la ayuda de los presos que hubieren podido liberar. Puesto el plan en marcha, un hecho providencial lo llevó al fracaso. Resulta que uno de los presos que pensaban liberar para que los ayudara a la fuga, resultó ser Facundo Quiroga, un hombre, que a partir de estas dramáticas circunstancias, comenzó a transitar honrosamente las páginas de la Historia Argentina.

La partida que avanzó sobre la casa del teniente gobernador lo sorprendió indefenso y aunque Dupuy intentó, fue dominado El grupo realista destinado a tomar la cárcel había logrado reducir a la guardia y luego, al mando del oficial español Riesco, se dirigió a las cuadras donde estaban los presos, con el fin de liberarlos para contar con ellos. Pero Facundo Quiroga, alertado por los movimientos y ruidos que le llegaban hasta su celda, de inmediato se percató de que los españoles se habían sublevado y alentó a los otros presos a que lo secundaran para tratar de reducirlos Mitre describe así esos momentos:

«Al tiempo de llegar a la puerta de la cárcel, los sublevados, salióle al encuentro un hombre de fisonomía hosca, con rasgos acentuados de feroz hermosura, mirada torva, melena poblada y larga barba renegrida, quien, armado de un cabo de lanza los contuvo. Llamábase Juan Facundo Quiroga y era natural de La Rioja. En ese entonces él tenía 30 años y era capitán de milicias de La Rioja.

Dominados los insurgentes, un grupo de presos, unidos esta vez con vecinos de San Luis y con Quiroga al frente, se dirigieron a la comandancia y habiendo llegado justo cuando el Teniente Gobernador iba a ser degollado, se hicieron cargo de la situación y eliminaron a todos los insurgentes.

El coronel Manuel Olazábal, muchos años después, en carta del 12 de febrero de 1870, pinta el suceso con trazos de real dramatismo: «Con Facundo, estaban tres o cuatro presos más jugando a la baraja sobre una carona sentados en el suelo, Quiroga, que estaba recostado, en un catre, vio atropellar el cuartel y matar al centinela. Entonces, saltando de la cama, tomó su poncho y una «guampa» que estaba en el suelo y gritó a sus compañeros: «¡Los godos nos avanzan, a ellos!» y salió al patio, y ándasele encima un español con un cuchillo en cada mano y le tiró una puñalada que Quiroga paró con el poncho, dándole una feroz «guampada» en la frente que lo tiró a tierra, quitándole los cuchillos y reuniendo a sus compañeros de calabozo, cargaron a los españoles. Una vez ganada la calle por Facundo y el grupo de presos que acaudillaba, a grandes voces convocaba al pueblo, y junto con el teniente Pringles, que luego sería el héroe de Chancay, fueron a la casa de Dupuy y lo liberaron de su dramática situación».

Siempre fue un enigma el saber con certeza por qué estaba Facundo arrestado en esos días en San Luis. Así, según la pasión partidaria, lo estaba por asesino, o por jugador, o por su concomitancia con los montoneros del chileno Carrera. Nosotros descartamos estas tres causas y sumamos esta duda a las muchas que nos ha dejado el relato de nuestra Historia. Q

Que Facundo era un elemento de orden, lo prueba precisamente, la nota con que le fuera entregada la medalla que premió su actuación en el hecho que comentamos. En efecto, el gobernador de La Rioja, al recibir la condecoración para Facundo, se la remite con un documento donde le expresa: «Por este merecimiento, con que el Excmo. señor Supremo Director, lo ha distinguido, felicita a usted prometiéndole, de su noble condición y honor, la mayor deferencia con llenar siempre sus deberes en todos los casos que ocurran, por el orden, tranquilidad, respeto a los magistrados y lucha contra los enemigos del suelo patrio, y contra toda montonera. Dios guarde a V. M. Gregorio José González. La Rioja, noviembre 19 de 1819».

Debemos aclarar que el concepto montonero, allá por el 1819, era el de anarquista disociador, y como se prueba en el sumario levantado en San Luis, en concomitancias con las realistas. Bien distinto, por cierto, al .montonero federal que surgiría años después. Para concluir, queremos transcribir el parte que sobre los sucesos le enviara el teniente gobernador de San Luis, Dupuy, al gobierno central, a pocas horas de los sucesos que casi le cuestan la vida. L

e decía: «Excmo. señor: Por el adjunto parte que dirigí el 8 del presente al gobernador intendente de esta provincia, y remito en copia a manos de V. E., se impondrá de la horrorosa conspiración que intentaron realizar en esta ciudad los oficiales prisioneros de guerra, y demás enemigos de la causa del país. El proceso se halla a punto de concluirse, y cada vez más se descubre la atrocidad de estos malvados, por los pocos cómplices que han sobrevivido, salvando del furor de un pueblo irritado. «Por ahora solo creo de necesidad informar a V. E. que está plenamente probado que él plan de los conjurados era huir para unirse con la montonera, en virtud de comu­nicaciones que decían haber recibido de Miguel Carrera y Carlos de Alvear. Éstas no se han encontrado y aún no hay razones bastante para darlas por ciertas, pero es indudable que su proyecto era irse a unir con los .montoneros. San Luis, febrero 11 de 1819. Vicente Dupuy.»

Así ganó Facundo Quiroga su primera condecoración, quedando después como un símbolo de su destino gaucho: peleando contra los enemigos de la causa emancipadora, no con una espada o con un fusil, sino con una simple guampa en la mano (Datos extraídos de una nota del Teniente Coronel Enrique Walter Philipeaux).

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