EL DAGUERROTIPO (22/06/1843)

El 22 de junio de 1843, llega el Daguerrotipo a Buenos Aires. Pocos años antes, en 1840, había llegado al Río de la Plata, la noticia de un descubrimiento que parecía destinado a revolucionar el arte de la pintura: una sustancia química, extendida sobre una placa metálica, retenía las imágenes del mundo exterior que le llegaban reflejadas por un lente. En un tiempo increíblemente corto podían obtenerse paisajes y retratos de un parecido asombroso.

Era, casi, como si pudieran retenerse las imágenes del espejo. El milagro se debía a un francés Louis Jacques Daguerre, y en su honor había recibido el nombre de «Daguerrotipo».

Ya en el siglo XVII se conocían los efectos de la luz sobre las sales de plata, pero, los esfuerzos de varios físicos desperdigados por Europa, se concretaron recién en 1814 en un logro experimental de Nicéforo Niepce (1765-1833), con un bitumen sensible a la luz disuelto en aceite animal.

Luis Jacobo Daguerre (1789-1851), pintor y físico, perfeccionó el procedimiento. SERGIO RAFAEL GÓMEZ en la Revista «Arte y fotografía» publicó un artículo «Pluma y pincel» (marzo de 1977) donde dice que «a pesar de la amplia difusión del invento, los resultados no eran muy brillantes».

«Los objetivos no eran muy buenos, la escasa sensibilidad de las sustancias colocadas sobre la placa de cobre exigían un tiempo de exposición muy largo: diez a veinte minutos mirando al sol, o en un taller con techo y paredes de vidrio».

«El sujeto debía tener el rostro empolvado para que reflejase mejor la luz y por todo esto, el corolario de la experiencia, era francamente desa­lentador».

Las imágenes, que se desvanecían con el tiempo, aparecían fantasmalmente, como sobre un espejo, buscando el ángulo de visión apropiado y más tarde, el barnizado en oro, descubierto por Fizeau, las hacía más persistentes.

La obra de Daguerre y Niepce será el paso para lograr la fotografía. Acogido con entusiasmo, a pesar de sus limitaciones, tuvo una sorprendente expansión en el mercado.

Pero el procedimiento, complejo y costoso, no estaba al alcance del hombre común. La Imagen que se lograba en cobre, vidrio o papel, era aún para las clases que podían cos­tearse el trabajo de un pintor retratista.

El público de Buenos Aires, que conocía su existencia por los viajeros, fue informado exhaustivamente de sus bondades por «La Gaceta Mercantil», en cuya edición del 11 de marzo de 1840, explicó los métodos empleados por el inventor «de que tanto y con tan grande interés se ha hablado de ocho a diez meses acá», decía.

A partir de ese artículo, sucesivamente aparecen en sus páginas, hasta fines de 1842, una serie de títulos haciendo referencia al daguerrotipo: «Física. Explicación del daguerrotipo» (11 de marzo de 1840), «Artes y ciencias. Segunda nota de la hellografía o daguerrotipo» (7 de mayo de 1840), «Nuevos pormenores sobre el daguerrotipo» (21 de mayo de 1840), Dos publicaciones con referencia a estos temas en marzo y diciembre de 1841 y algunas vagas referencias al mismo a principios de 1842.

Pero llegado el año 1843, más precisamente el 22 de junio de ese año, hizo su aparición en la misma «Gazeta» el aviso de un artista que se ofrecía a retratar por medio del daguerrotipo a los habitantes de Buenos Aires. El artista se llamaba J. ELLIOT, venía, según su propio anuncio, de los Estados Unidos de América y decía:

«Retratos de Daguerrotipo. El Sr. J. Elliot tiene el honor de anunciar al respetable público de Buenos Aires: que acaba de llegar de los Estados Unidos, provisto de todas las máquinas perfeccionadas del Daguerrotipo y se halla en el caso de ofrecer sus servicios en el desempeño de todo lo correspondiente a ese admirable arte, sacando con suma brevedad y exactitud los retratos de las personas que gusten honrarle con su confianza y que tengan a bien ocurrir (sic) a la Recova Nueva, en los altos N° 56, Plaza de Victoria».

Julio F. Riobó en un completo trabajo titulado «El daguerrotipo en Buenos Aires», publicado en el diario «La Nación» el 4 de enero de 1942, siguió la historia del Daguerrotipo en nuestro país, desde 1843 hasta el advenimiento de la fotografía sobre papel en 1854, a través de los anuncios con los que ofrecían sus servicios los profesionales del daguerrotipo.

Es de suponer que la aparición del Daguerrotipo ocasionó una franca disminución de pedidos de retratos al óleo o a la pluma, y aunque el artista plástico contó con la ventaja que otorga el color y el tamaño del cuadro, tuvo que competir contra la fidelidad del rostro del modelo, ventaja del nuevo sistema que provocó que a partir de ese momento se multiplicaran aquí los anuncios de nuevos fotógrafos. A mediados del siglo XIX se pusieron de moda los daguerrotipos. Todo el mundo quería pasar a la posteridad reflejado en la plancha metálica o en la lámina de vidrio.

Federales y unitarios. Algunos federales entusiastas, al retratarse, se colocaban el chaleco colorado que los identificaba, para que no hubiera duda de su militancia. Pero los Daguerrotipos eran admitidos también por los unitarios. Así es como muchos personajes célebres pasaron a la posteridad con sus rasgos exactos y en 1850, hasta URQUIZA, se hizo retratar en su palacio de San José.

También tenemos registrada por ese medio, una noble imagen de la ancianidad de San Martín, obtenida en Francia en 1848, la figura romántica de Mitre joven, y la inesperadamente imagen guerrera de Sarmiento, que se hizo retratar con su nuevo uniforme militar y apoyado en el puño de su espada, con aire marcial, después de la batalla de Caseros.

Por aquel tiempo se hicieron retratar muchos otros personajes: el almirante Brown, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría… generales, políticos, estadistas y otros simples mortales que no pasaron a la historia argentina pero sí a la historia familiar, en la que perduran como estampas románticas de un tiempo que parece irse desvaneciendo, lentamente, sobre la plancha de los viejos daguerrotipos.

Un año después de la inauguración de su negocio, en la Recova Nueva, Elliot anunció su cambio de domicilio en el mismo periódico y agregaba: «El tiempo que se requiere para sacar un retrato varia de 20 segundos hasta un minuto y medio. Atiende desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la tarde, ya sea el tiempo bueno o nublado. El precio de un retrato con su cajita de tafilete es de 100 pesos».

La cifra indicada muestra a las claras que no cualquiera podía poseerla. En ese mismo número del 11 de mayo de 1844,  Gregorio Ibarra da cuenta, también, que ha recibido dos máquinas para daguerrotipo «perfeccionadas», a las que después rifaría y los avisos de daguerrotipistas extranjeros se siguen publicando, como lo hacen Tomás C. Helsby, Juan A. Bennet, Henrique North. Guillermo Weston, Thayer, Bartolí, Fredericks. Masoni. Penabet. Favier, Francisco Meeks, Portal y otros más.

Finalmente, en febrero de 1854 cae el telón para el daguerrotipo: Weishaar ofrece «Retratos Photograficos en papel», y da como domicilio, la calle Las Artes N° 26.

«Puede afirmarse, dice Riobó, «que en nuestro país pasaron treinta años aproximadamente hasta la total desaparición de los antecesores de la fotografía sobre papel». Es que el daguerrotipista se marchó al interior del país y allí, encontró campo fértil para subsistir.

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