DORREGO SUPO PERDONAR (1817)

En 1817, comisionado MANUEL DORREGO para perseguir y tomar prisionero a su archi enemigo GREGORIO TAGLE, permitió su huída, salvándole así la vida,

En 1817, MANUEL DORREGO, con su prédica federal hacía tambalear el gobierno de PUEYRREDÓN. Los miembros del Directorio pedían el destierro del tribuno, que tan audazmente combatía sus planes, fiado en sí mismo y en el sentimiento republicano del pueblo.

Una noche sonó la alarma en Buenos Aires anunciando un nuevo intento de rebelión. PUEYRREDÓN llamó a DORREGO al Fuerte y éste saltó del lecho, se calzó las botas, se ciñó la espada, se encasquetó el bicornio, se echó la capa encima de la camisa y acudió presuroso al llamado.

PUEYRREDÓN lo recibió de inmediato e invocó su patriotismo para que cesase en su resistencia y no le opusiese en el caso de tomar medidas violentas. DORREGO le manifestó que defendía la causa del pueblo contra los que pretendían monarquizarlo.

Y a cada cargo que el Director Supremo le hacía, DORREGO insistía, haciendo cortesías y reverencias que mostraban su casi desnudez. PUEYRREDÓN montó en cólera, y golpeando en una mesa, le gritó exasperado: «¡Coronel! No olvide usted que está hablando con un superior». «No recuerdo en qué campo de batalla me he encontrado con el señor general «, respondió DORREGO haciendo otra cortesía. Al día siguiente DORREGO fue deportado, a instigación del ministro TAGLE, que lo aborrecía.

Seis años después estallaba en Buenos Aires una sangrienta conspiración encabezada por el mismo TAGLE que se proponía derrocar al gobernador, general MARTÍN RODRÍGUEZ. El gobernador comisionó a DORREGO para que diera una batida por los alrededores de Buenos Aires y trajese a TAGLE, vivo o muerto.

DORREGO lo encontró en una quinta del Tigre. TAGLE, que debió conocer las disposiciones del gobierno que ordenaban su captura y seguramente su fusilamiento, le pidió algunos minutos para arreglar sus asuntos personales. DORREGO le atrajo al lado de su caballo, e indicándole el camino por donde podía huir hacia su seguridad, le dijo noblemente: «Vaya usted, doctor y que sea feliz» (ver Dorrego, Manuel).

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